Y ya que está de moda, y que tengo la suerte de ser de los pocos cubanos bien al tanto del debate casi de primera mano, me meto en él. ¿Que qué debate? Pues el de los intelectuales, el pavonato, el quinquenio gris y todas esas cosas.
Envalentona un poco el ver cómo hay cierta tolerancia hoy hacia estas posiciones discrepantes, que si bien no son propiciadas en un medio masivo sino difundidas clandestina pero abiertamente por una red "subterránea" de alcance limitado, son en muchos casos lo suficientemente atrevidas como para alarmar a quienes siempre han visto cualquier crítica como fisuras de un proceso que ya tiene muchas.
Pero ¿qué puedo decir yo de una época que no viví y de un conflicto que apenas conozco, mayormente por lo que se ha dicho en estos días? Resulta que es difícil abstenerse de participar, de criticar, de echar culpas y demandar respuestas. Es también gratificante y liberador resaltar errores y proponer cambios, más aún si puedes hacerlo en público, y con el riesgo incluido, por qué no, de equivocarse uno al hacerlo.
El debate, que ha devenido más de lo que se suponía que fuera en sus inicios, es hoy el eje y brote principal de un horizonte de cambios que se avecina, o al menos queremos muchos cubanos que se avecine. Comenzó siendo un marco para la discusión de lo que pasó en aquel entonces, y quizá para prevenir que no vuelva a ocurrir, pero en él se han discutido temas tan vigentes y picantes como la censura, el respeto por las opiniones ajenas, el consenso y el compromiso entre diversas posiciones, y hasta la libertad de expresión. Hasta se han hecho propuestas concretas, pasos a seguir, algunos más radicales que otros, pero cambios al final del cuentas.
Y a veces pensamos que es mejor que estos cambios se sucedan lentamente para evitar colapsos abruptos que puedan devenir fatales, pero otras, sobre todo los jóvenes como yo, pensamos que la vida se nos va en esta eterna lentitud, que eso mismo le prometieron a nuestros padres, el sacrificio por las nuevas generaciones. Resulta que hoy somos nosotros esas nuevas generaciones del ayer, y todavía estamos sacrificándonos por las que nos siguen, con la certeza casi de que será en vano y que, como nuestros padres, nos quedaremos sin nuestro sombrero prometido.